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11/01/14

COLECCIONISMO: ¿Sólo para inmensas fortunas? ¡NO!

Una noticia sacudió el 14 de noviembre de 2013 como un seísmo las páginas de la prensa mundial: el tríptico Tres estudios de Lucian Freud, pintado en 1969 por Francis Bacon, había sido subastado en Christie’s de Nueva York por apabullantes 105,8 millones de euros, convirtiéndose en la obra más cara adjudicada jamás en subasta. Con ello quedaba desbancado el anterior recordman mundial, El grito, del noruego Edvard Munch (90 millones de euros). En la misma subasta, Jeff Koons –creador del popular perro-escultura Puppy del Guggenheim de Bilbao– había por su parte alcanzado el liderato de los artistas vivos más cotizados, al ser adjudicada su escultura Balloon Dog por 44,1 millones de euros. Esta inaudita escalada de los precios llevó a la prensa a sentenciar que “la clase media del coleccionismo ha muerto” y que ya “sólo las inmensas fortunas pueden aspirar a los tesoros” (El País, 14.11.2013, pág. 40). 

Tan sombrío dictamen reclama algunas matizaciones. Primero porque omite que aquellas piezas de Bacon y Koons, aún si hubieran costado sólo la décima parte de los astronómicos precios, habrían permanecido igualmente fuera del alcance y las aspiraciones de la inmensa mayoría de los coleccionistas. Y también porque soslaya que al margen del ruidoso coleccionismo de las “inmensas fortunas” existe y se expande en nuestras sociedades modernas un coleccionismo más silencioso y natural, favorecido por el desarrollo educativo, el progreso social y la democratización de los hábitos culturales. Sus practicantes –generalmente desprovistos de poder económico pero rebosantes de pasión, ansia de belleza y afán de encontrar en el arte respuestas a la propia existencia– no renuncian sin embargo a coleccionar sus propios tesoros. Son obras que, conseguidas con paciencia, tesón e incluso sacrificios, adquieren el inmenso valor de los auténticos objetos del deseo. Este coleccionismo genuino y sostenible es tan fundamental para el desarrollo personal como para el arte mismo. Alejado de la especulación, es –gran paradoja– altamente rentable, debido a su gran valor emocional. 

Nuestras socias y socios practican este coleccionismo en Círculo del Arte. Porque el club les ofrece obras que orientan y cultivan su gusto estético, les enriquecen emocionalmente y les deparan dicha y bienestar. Todo ello al margen de otros posibles beneficios, que son más producto del azar y la fortuna. Como por ejemplo el golpe de suerte que se descarga sobre los coleccionistas cuando un artista de su colección salta de pronto a las más altas cumbres del reconocimiento artístico y de las cotizaciones. 

Esta suerte añadida pueden saborearla actualmente las socias y socios de Círculo del Arte que en su día, buscando la belleza, nos pidieron las estampas de Bacon o el jarrón Puppy de Jeff Koons que les proponíamos en las revistas 20 y 33 y en el Especial Verano 2002. O aquellas amigas y amigos del club que, habiendo apostado tempranamente por las estampas de Jaume Plensa de las revistas 31 y 53, reciben ahora la noticia de que a Plensa le ha sido otorgado el prestigioso Premio Velázquez, dotado con 100.000 euros, tras haber ganado recientemente el Premio Nacional de Artes Plásticas y el Premio Nacional de Arte Gráfico. 

Imagen: Sala de subastas de Christie's en Nueva York en que "Tres estudios de Lucian Freud", de Francis Bacon, se convierte en la obra más cara adjudicada en subasta.


 
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