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José Guerrero

Como hijo de una modesta familia granadina, tuvo José Guerrero (Granada, 1914 – Barcelona, 1991) a la muerte de su padre en 1929 que interrumpir los estudios escolares y trabajar como carpintero y electromecánico, antes de poder iniciarse en la pintura como alumno nocturno de la Escuela de Artes y Oficios de Granada. Combinando el trabajo con el aprendizaje del oficio del arte, pudo disponer de un estudio propio en el campanario de la Catedral de Granada, lugar que tres siglos antes había servido de taller al pintor barroco granadino Alonso Cano.

Por el enfrentamiento con un profesor abandonó Guerrero en 1934 la Escuela de Artes y Oficios y su formación fue de nuevo interrumpida por el servicio militar y la Guerra Civil, en la que estuvo destinado en diversos frentes de batalla. Finalizada la contienda, retoma sus estudios artísticos en Madrid, en cuya Real Academia de Bellas Artes de San Fernando asiste a clases de pintura de Daniel Vázquez Díaz y de historia del arte de Enrique Lafuente Ferrari. En esta etapa vende sus primeros cuadros, todavía de estilo figurativo, y se gana la vida como cartelista de cine. En 1945, becado por el gobierno francés, se traslada a Paris para estudiar pintura al fresco en la Escuela de Bellas Artes. Allí conoce a los artistas y las obras de la vanguardia europea, interesándole particularmente Matisse, Picasso, Miró y Juan Gris. El descubrimiento del arte actual le causa un profundo impacto y le lleva a viajar por Europa, hasta establecerse en 1947 por dos años en Roma, donde expone con éxito. Allí conoce a varios pintores italianos y a la periodista estadounidense Roxane Whittier Pollock, su futura esposa.

En 1948, de nuevo en París, coincide en el Colegio de España con artistas como Eduardo Chillida, Pablo Palazuelo, Abel Martín y Eusebio Sempere y efectúa las primeras tentativas semiabstractas. Tras su boda con Roxane en 1949, realiza la pareja el viaje de novios por España, celebra una exposición en Londres y da el salto decisivo a los Estados Unidos, alojándose primero en el hogar paterno de Roxane en Filadelfia y estableciéndose después definitivamente en Nueva York. Recomendado por Carl Buchholz, su galerista en Madrid, y Curt Valentin, un influyente colega de éste en Nueva York, es introducido Guerrero por la marchante Betty Parsons en el círculo de pintores de la Escuela de Nueva York.

Creadores destacados como Robert Motherwell, Mark Rothko o Franz Kline le brindan una fructífera amistad y le facilitan la inserción en la pujante corriente del expresionismo abstracto norteamericano. La inmersión en la capital mundial del arte y la manera del expresionismo de percibir la pintura como un juego compositivo de manchas y colores puros, condicionarán toda la trayectoria futura de Guerrero. Desprovisto ya de reminiscencias figurativas, enfoca la reflexión y la práctica pictórica hacia una experimentación con campos de color de formas abstractas. La preeminencia de las masas cromáticas extendidas en la superficie revela la tendencia del artista hacia una pintura más bien gestual o de acción.

Paralelamente retoma su antigua vocación por la pintura mural, experimentando con nuevos materiales. Asimismo se vuelca en el aprendizaje de las técnicas del grabado con Stanley William Hayter en el prestigioso Atelier 17.

En 1953 adquiere José Guerrero la nacionalidad estadounidense. Consagrado artísticamente en Nueva York y reconocido con prestigiosas becas y primeras exposiciones, empieza en los años 60 a visitar periódicamente España. Aquí es objeto de la primera muestra, tanto colectiva como individual, de la Galería Juana Mordó. Son momentos de vivo interés por conectarse con el exterior y conocer el expresionismo abstracto. Las venidas de Guerrero son ampliamente celebradas, especialmente por los jóvenes artistas, admiradores de su magisterio.

Entre las sucesivas importantes exposiciones de su obra en España, la inaugurada en diciembre de 1980 en la Casa de las Alhajas de Madrid - comisariada por Juan Manuel Bonet y patrocinada por el Ministerio de Cultura y la Caja de Ahorros de Madrid- supuso un espaldarazo definitivo para la consagración de Guerrero como uno de los referentes capitales de la pintura española contemporánea.

 
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